¿ Por qué me hice cura?
Monseñor Jorge Monastoque Valero
No fue porque no supiera
Era porque lo sabía
Que fui joven y soy hombre
Y capaz como cualquiera
Y aquel día
En que yo lo decidía
Entendí lo que yo era
Entendí lo que yo hacía
Renunciaba yo al amor,
Con alegría
Verdad
Por algo muy superior
Que amor era y el mejor:
Renunciaba
La humana paternidad
Y escogía
La soledad
No quise llegar a casa
Y gritar:
“Jorge, Lucía”,
Y sentir brotar el día
En los rostros de azucena
De unos hijos que al besar
A su padre, a la serena
Luz de la tarde muriente
Todo lo hacen olvidar
Con un beso puro y niño
Impreso sobre la frente
De sobra me lo sabía
Que cuando a viejo llegara
Y el aldabón de mi puerta
Golpeara,
Nadie me contestaría.
En el viejo caserón
En do los que no son no son,
Sería un extraño viajero
Desolado pregonero
Recargado en su bastón
Nadie a mi encuentro saldría
La espantosa soledad
Me espantaría
Y el pobre pan familiar,
Como yo no tengo hogar,
Solo me lo comería.
Me lo sabía de memoria,
Y era verdad.
Soledad para la vidad
Y en la muerte: ¡Soledad!
Un cura es siempre
Una historia incomprendida.
El que cura fue y pastor
Los sepulcros visitaba.
Mil oraciones decía
Misas de “Requiem” cantaba,
Todas las tumbas quería.
Era un padre. Era el amor.
Cuando muerto y lo enterraron
Si algunas almas lloraron
Fueron pocas.
Las demás,
Para siempre lo olvidaron
Oh dolor, dolor, dolor!
No hay tumba más desolada
Que esa tumba
Ni un recuerdo, ni una flor.
De todos abandonada
Solo el vidrio de la helada,
Cardos, espinas, frialdad,
Derruida y entregada
A su propia soledad.
No fue porque no supiera
Era porque lo sabía!
Era porque al pobre amor
De la tierra, lo vencía
Otro amor muy superior.
Era un amor que me haría
Padre de las almas: ¡Cura!
Pastor del rebaño: guía;
Confesor de pecadores.
Levadura, La sal, la luz de la tierra.
Redentor, engendrador
De hijos de Dios e hijos míos.
Luz para todo el que yerra.
Para el huérfano: el amor.
Para los pobres: el pan
De toda amargura, antena.
De madre fiel corazón
Que llora con tanta pena,
De padre, la protección.
Y aunque el dolor me taladre,
Conseguir, sí, que las almas
Me llamen, en coro: ¡Padre!
Y en Cristo los ojos fijos
Y mustios
Los labios por el anhelo
Con los hijos de mis hijos
Y los nietos de mis nietos
De santos llenar el cielo!
Y, morir como muriera
El que conquistó mi amor.
Porque en cruz y abandonado
Muere todo redentor
No fue porque no supiera
Era porque lo sabía!
No por buscar un honor
Y huir de la vida dura;
Por amor, yo me hice cura,
Por amor!
Quien haga de mi memoria
Diga que yo decía
Que ser cura fue mi gloria
Y el ser heraldo de amor
Y el ser de la clerecía
De Cristo Nuestro Señor.
No fue porque no supiera,
Era porque lo sabía!
Carta de un misionero desde Angola
LUANDA, lunes, 24 mayo 2010 (ZENIT.org).- “Soy un simple sacerdote católico. Me siento feliz y orgulloso de mi vocación. Hace veinte años que vivo en Angola como misionero”. Así comienza una carta que el misionero salesiano uruguayo Martín Lasarte envió al New York Times sin obtener respuesta. En la misma, explica la labor silenciosa en favor de los más desfavorecidos de la mayoría de los sacerdotes de la Iglesia católica que, sin embargo, “no es noticia”.
En la carta remitida a ZENIT por el padre Martín Lasarte, explica que la envió el 6 de abril al diario neoyorquino y desde entonces no ha obnetido respuesta. En ella expresa sus sentimientos ante la ola mediática que han despertado los abusos de algunos sacerdotes mientras sorprende el poco interés que suscita en los medios la labor cotidiana de miles y miles de sacerdotes.
“Me da un grande dolor que personas que deberían de ser señales del amor de Dios hayan sido un puñal en la vida de inocentes. No hay palabra que justifique tales actos. No hay duda que la Iglesia no puede estar sino del lado de los débiles, de los más indefensos. Por lo tanto todas las medidas que sean tomadas para la protección, prevención de la dignidad de los niños serán siempre una prioridad absoluta”, afirma en su carta.
Sin embargo, añade, “es curiosa la poca noticia y desinterés por miles y miles de sacerdotes que se consuman por millones de niños, por los adolescentes y los más desfavorecidos en los cuatro ángulos del mundo”.
“Pienso que a vuestro medio de información no le interese que yo haya tenido que transportar por caminos minados en 2002 a muchos niños desnutridos desde Cangumbe a Lwena (Angola) pues ni el gobierno se disponía y las ONG no estaban autorizadas; que haya tenido que enterrar decenas de pequeños fallecidos entre los desplazados de guerra y retornados; que le hayamos salvado la vida a miles de personas en Moxico mediante el único puesto médico en 90.000 kilómetros cuadrados, así como con la distribución de alimentos y semillas; que hayamos dado la oportunidad de educación en estos 10 años y escuelas a más de 110.000 niños...”, subraya.
“No es de interés –añade- que con otros sacerdotes hayamos tenido que socorrer la crisis humanitaria de cerca de 15.000 personas en los acuartelamientos de la guerrilla, después de su rendición, porque no llegaban las alimentos del Gobierno y la ONU”.
Y enumera a continuación una serie de acciones realizadas, muchas veces con riesgo o pérdida de la vida, por compañeros suyos que son ignoradas por los medios.
“No es noticia que un sacerdote de 75 años, el padre Roberto, por las noches recorra las ciudad de Luanda curando a los chicos de la calle, llevándolos a una casa de acogida, para que desintoxiquen de la gasolina, que alfabetice cientos de presos; que otros sacerdotes, como el padre Stefano, tengan casas de pasaje para los chicos que son golpeados, maltratados y hasta violentados y buscan un refugio. Tampoco que Frei Maiato con sus 80 años pase casa por casa confortando a los enfermos y deseperados”.
“No es noticia que más de 60.000 de los 400.000 sacerdotes, religiosos hayan dejado su tierra, su familia para servir sus hermanos en leproserías, hospitales, campos de refugiados, orfanatos para niños acusados de hechiceros o huérfanos de padres que fallecieron con sida, en escuelas para los más pobres, en centros de formación profesional, en centros de atención a seropositivos… o sobre todo en parroquias y misiones dando motivaciones a la gente para vivir y amar”.
“No es noticia que mi amigo, el padre Marcos Aurelio, por salvar a unos jóvenes durante la guerra en Angola, los haya transportado de Kalulo a Dondo y volviendo a su misión haya sido ametrallado en el camino; que el hermano Francisco, con cinco señoras catequistas, por ir a ayudar a las áreas rurales más recónditas hayan muerto en un accidente en la carretera; que decenas de misioneros en Angola hayan muerto por falta de socorro sanitario, por una simple malaria; que otros hayan saltado por los aires, a causa de una mina, visitando a su gente. En el cementerio de Kalulo están las tumbas de los primeros sacerdotes que llegaron a la región... Ninguno pasa de los 40 años”.
“No es noticia acompañar la vida de un sacerdote ‘normal’ en su día a día, en sus dificultades y alegrías consumiendo sin ruido su vida a favor de la comunidad que sirve".
“La verdad es que no procuramos ser noticia, sino simplemente llevar la Buena Noticia, esa noticia que sin ruido comenzó en la noche de Pascua. Hace más ruido un árbol que cae que un bosque que crece”, subraya.
“No pretendo hacer una apología de la Iglesia y de los sacerdotes –añade--. El sacerdote no es ni un héroe ni un neurótico. Es un simple hombre, que con su humanidad busca seguir a Jesús y servir sus hermanos. Hay miserias, pobrezas y fragilidades como en cada ser humano; y también belleza y bondad como en cada criatura…”.
“Insistir en forma obsesionada y persecutoria en un tema perdiendo la visión de conjunto crea verdaderamente caricaturas ofensivas del sacerdocio católico en las que me siento ofendido”, afirma.
Y concluye: “Sólo le pido amigo periodista, busque la Verdad, el Bien y la Belleza. Eso lo hará noble en su profesión”.
" VALE LA PENA SER SACERDOTE"